domingo, 26 de diciembre de 2010


Permaneció plantado en medio de la cocina, de nuevo convertido en la estatua de un Adonis, mirando con expresión ausente por las ventanas traseras. Luego, volvió a posar los ojos en mí y esbozó esa arrebatadora sonrisa suya. Creo que también tú deberías presentarme a tu padre. —Ya te conoce —le recordé. Como tu novio, quiero decir. Le miré con gesto de sospecha. —¿Por qué? —¿No es ésa la costumbre? —preguntó inocentemente. —Lo ignoro —admití. Mi historial de novios me ofrecía pocas referencias con las que trabajar, y ninguna de las reglas normales sobre salir con chicos venía al caso—. No es necesario, ya sabes. No espero que tú... Quiero decir, no tienes que fingir por mí. Su sonrisa fue paciente. —No estoy fingiendo. Empujé el resto de los cereales a una esquina del cuenco mientras me mordía el labio. ¿Vas a decirle a Charlie que soy tu novio o no? —quiso saber. —¿Es eso lo que eres? En mi fuero interno, me encogí ante la perspectiva de unir a Edward, Charlie y la palabra novio en la misma habitación y al mismo tiempo. Admito que es una interpretación libre, dada la connotación humana de la palabra. De hecho, tengo la impresión de que eres algo más —confesé clavando los ojos en la mesa. —Bueno, no creo necesario darle todos los detalles morbosos —se estiró sobre la mesa y me levantó el mentón con un dedo frío y suave—. Pero vamos a necesitar una explicación de por qué merodeo tanto por aquí. No quiero que el jefe de policía Swan me imponga una orden de alejamiento. —¿Estarás? —pregunté, repentinamente ansiosa—. ¿De veras vas a estar aquí? —Tanto tiempo como tú me quieras —me aseguró. Te querré siempre —le avisé—. Para siempre. Caminó alrededor de la mesa muy despacio y se detuvo muy cerca, extendió la mano para acariciarme la mejilla con las yemas de los dedos. Su expresión era inescrutable.

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